por Matías A. Bianco
Otra noche de melancolía. Mirando al cielo, buscando algo o a
alguien, pero sólo encuentro más soledad, como de costumbre.
Las horas más largas. Una tortura permanente. Sólo me queda esperar,
ya sin sentido y a veces con la esperanza agotada, como los últimos segundos en
un reloj de arena. Ya no quiero correr al vacío con el corazón ajustado. Y
cuando reía en mis últimos momentos de cordura, en donde los sueños podían ser
tocados, una mirada, lejana, podía acercarse.... la dejaba acercarse. No voy a
olvidar esos pasos que marcaban el ritmo de mi corazón y como la adrenalina
corría. Algo de temor, sin mentir diría que miedo, era alguien nuevo en esta
noche desolada. Un trayecto que parecía eterno, la ansiedad y la espera que
golpeaban en mi cara. Se paró a mi lado pero no nos miramos y contemplamos lo
mismo, aquel cielo desolado, pero ahora tan lleno.
Pasaron los minutos. Mirarnos era algo atrevido, no nos conocíamos,
pero se había acercado a mí, ¿Que buscaba? Quizás lo mismo que yo, un
sentimiento que no sea solo suyo, algo que compartir, algo que atesorar…… algo
por lo que morir.
Con el destino escribiendo esta página, ninguno pudo aguantar,
queríamos descubrirnos en nuestras miradas. Sabía que vería su alma, y que
miraría en la mía. Sólo el miedo al desencuentro.... pero no podía fallar,
estaba invadido por el optimismo como nunca lo había experimentado.
Finalmente nos miramos con orgullo……..con mucho orgullo, casi sin
corazón. Sabíamos nuestro lugar, ¿pero quién sería el primero en arrojar una
palabra?, cada uno a su manera, comprendía que no podía entenderle, pero dejaba
todo a nuestros ojos. Y cuando menos lo esperaba, se acerco tan rápido como
pudo y no dudo en besarme en la mejilla. Y yo, con los ojos hambrientos,
estupefacto, y con una sorpresa eterna, me deje sin reacción. Se alejó, pero
siguió a mi lado, otra vez contemplando el momento, y después de disfrutar de
su amor deje caer una caricia, tan tímida como nuestro desconocimiento.
Los días siguen pasando, y los dos agradecidos nos seguimos viendo,
en este mismo lugar. Y cada noche que llega es otro encuentro eterno, con un
hermano, con el amigo más fiel. Jamás supe su nombre, jamás tuve el valor de
ponerle uno, de herir su libertad. Sólo sé hoy, que nunca entenderé como siendo
tan diferentes, como caminando tan diferentes, podemos ser dos almas iguales,
pero sin olvidar nunca que la suya es más pura, porque yo simplemente sigo
siendo solo un hombre.
El Perro.